miércoles, 17 de septiembre de 2008

Compartiendo Un Sueño

El día esperado llegó a la mañana siguiente. A primera hora, mientras Marikita y Flor aún estaban limpiando y regando las flores, la puerta se abrió y apareció él. La sorpresa se dibujó en sus rostros y las palabras sobraron. Durante unos segundos, mientras el chico se recomponía de aquel aluvión aromático, mantuvieron silencio.
- Buenos días.
- Buenos días muchachito. Te esperábamos desde hacía varios días. Has tenido suerte, precisamente terminé tu ramo anoche.
- ¿De verdad? Pensé que ya estría más que estropeado, lo siento de veras. Pero tengo una buena explicación.
Flor le sonrió y fue a buscar el ramo a toda prisa. De nuevo Marikita se había quedado muda, aquel brillo estaba de nuevo en la mirada del chico. ¡Cuánto se identificaba con él! Lo observaba embelesada, con la regadera en la mano y sin poder apartar la vista de él.
El joven, intimidado por el silencio y los ojos de Marikita sobre él, se distrajo paseando por la tienda y oliendo algunas flores.
- ¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí?
La pregunta la cogió por sorpresa y volvió bruscamente a la realidad.
- Sí, pues… no, en realidad no. Llevo algunos meses, desde que llegué a la Gran Urbe, prácticamente.
- ¿Ah si? ¿De dónde eres?
- Pues vengo del Jar…
- Ya estoy aquí. Ten, tu ramo. ¿Te gusta?
Flor apareció en la tienda y la conversación quedó suspendida en el aire, absorbida por el torrente de luz y color que Flor traía entre sus brazos. El chico abrió los ojos y su cara se iluminó, no cabía más emoción en su rostro. Cogió el ramo de las manos de Flor casi con respeto, estaba realmente maravillado.
- Es… es… - titubeó sumido entre la angustia y éxtasis -. Nunca había visto nada igual. Hundió su cara entre las flores y miró a Flor con lágrimas en los ojos. - No sé cómo lo has hecho, pero lo has conseguido. Huele a mi casa, a mi infancia, puedo ver a mi madre como si estuviera aquí ahora mismo solo con oler estas flores. No sé cómo voy a agradecerte esto.
- No hay nada que agradecer, solo con ver tu cara me considero recompensada. Debería agradecértelo a ti.
El chico de las flores estaba como un niño pequeño de contento, se le veía feliz y sonreía abiertamente. Flor lo miraba complacida, satisfecha con su trabajo, emocionada tratando de aguantar las lágrimas. Y Marikita cada vez se encontraba más perdida en la mirada de su alma gemela, absorbiendo cada sentimiento que desprendía él.
- Me alegra que te guste, por cosas como éstas amo tanto las flores. Son capaces de transmitir tanto en tanta sencillez. Dime, ¿cómo te llamas?
- Sí, qué despistado. Aún no me había presentado. Mi nombre es Valentín – y mostró una sonrisa congelante.
- Qué nombre tan bonito. Como ya sabes yo soy Flor, y ella es Marikita. Adora las flores tanto como yo. También creció rodeada de ellas, como tú, y las considera casi como parte de su familia. Es realmente agradable trabajar con alguien tan dulce como ella.
- Encantado de conocerlas. Espero que no parezca atrevido, pero realmente estoy muy agradecido por este detalle y me gustaría invitarlas a comer o a cenar. Acepten aunque sea un batido en el parque.
Flor rió agradecida y mostró su acuerdo, le parecía una buenísima idea. Daría tiempo a Marikita para recuperarse y poder articular alguna palabra. Valentín debía irse y antes de que saliera a toda prisa de la floristería con el enorme ramo en sus brazos, acordaron verse esa misma tarde en el parque.
- ¿Te encuentras bien? No has dicho ni una palabra, pensé que tenías muchas ganas de volver a verlo.
- Sí Flor y me alegra mucho haberlo visto de nuevo y que le hayan gustado las flores, pero es que… Ese chico, Valentín, me recuerda tanto a mí cuando vine al Hogar de Flor por primera vez. Y cuando huele las flores, ese brillo en los ojos lo reconozco. Es extraño, me siento identificada con él.
- Te entiendo, yo también siento eso que describes. Realmente Valentín es una persona muy especial. De momento tendremos la suerte de conocer algo más sobre él esta misma tarde.
- Si, pero una de nosotras tendrá que quedarse en la tienda.
- De eso nada. A las cinco y media, cerramos y no vamos para el parque. Ninguna puede perderse esta cita.
De camino al parque, a Marikita se la comían los nervios. Estaba fuera de sí con la idea de ver a Valentín fuera de la tienda. Y la tarde no decepcionó. Cuando llegaron a la terraza del parque, Valentín las esperaba puntual. Tomaron zumos de frutas y hablaron y rieron. Las flores adornaron una conversación agradable, en la que Marikita, más tranquila había conversado relajada con Valentín. Flor los observaba segura de lo que estaba naciendo entre los jóvenes. Les unía aquel modo de ver la vida, con tranquilidad y sencillez, viviendo cada instante y disfrutando cada segundo y respetando a cada ser vivo con un amor incondicional. Se notaba que se entendían, sabían lo que quería decir el otro incluso antes de que abriera la boca para contarlo. Realmente Marikita podía decir que había encontrado a su alma gemela; aunque en un principio se lo tomaran a broma, aquel chico era muy parecido a ella y aquel amor y dedicación por las flores era asombrosa.
Valentín se había criado en una casita en el campo, rodeado de animales de granja y el hermoso jardín que se encargaba de cuidar su madre. Durante su infancia, solo podía jugar con los animales dentro del establo, pero cuando ya se hizo un hombrecito los sacaba él mismo a pastar por el valle.
Vivía con su hermano y sus padres y los cuatro mantenían una relación excelente; se querían con locura y les encantaba vivir en aquel lugar. Muchas tardes, Valentín y su hermano pequeño se escapaban hasta una zona poblada de árboles y jugaban allí. Les encantaba subirse a las ramas de los árboles y quedar colgados de ellas; también les gustaba saltar de rama en rama y hacer carreras. Cuando caían rendidos sobre el suelo cubierto de cortezas y hojas secas, se tumbaban y miraban las nubes y aprovechaban esos momentos de tranquilidad para hablar de sus cosas.
Recordaba a su padre llegando cada tarde a casa después de pasar el día con los animales en el valle; se le veía cansado pero jamás lo escuchó quejarse y aprovechaba el tiempo que quedaba hasta la cena para jugar con Valentín y su hermano.
Su madre era realmente especial; todo cuanto había aprendido Valentín se lo había enseñado ella. La recordaba entre miles de flores y colores, podando o limpiando o regando, y siempre con la sonrisa dibujada en su rostro. Incluso cuando preparaba la comida o limpiaba la casa, su sonrisa estaba allí, reflejando lo afortunada que se sentía. Y Valentín recordaba que cuando ella se acercaba por las noches hasta su cama, con los ojos cerrados percibía aquel olor que desprendía su madre casi de forma innata; el olor a rosas y tulipanes lo desprendía directamente de sus poros. Valentín estaba convencido que pasar tanto tiempo junto a las flores, había hecho que aquellos aromas se le metieran por su piel y por eso su madre siempre olía a campo y frutas.
Cuando Valentín tenía trece años, empezó a subir solo a la montaña con los animales. Su madre estaba enferma y ya no podía levantarse de la cama. Desde que Valentín recuerda, ella siempre lo estuvo, pero no guardo cama hasta ese momento y su padre tuvo que dejar su trabajo para atenderla. Valentín lo hacía encantado, le gustaba que le dieran aquella responsabilidad y él se lo tomaba muy en serio. Comprendía que ya su padre no podía hacerlo y prefería que se quedara junto a su madre, cuidándola.
Una tarde, cuando llegaba de trabajar, su hermano salió a recibirle. Su rostro le inquietó y entró a toda prisa en la casa. Al asomarse a la puerta del dormitorio de sus padres, junto a la cama encontró a su padre llorando aferrado a la mano de su madre. Estaba totalmente desconsolado y no pudo ocultar sus lágrimas cuando le vio en la puerta. Le invitó a acercarse y Valentín se abrazó a su padre mientras podía verla a ella, su madre, su guía, su maestra; parecía que estaba dormida, pero el rosado de sus mejillas ya no le lucía como siempre y su sonrisa, resistiéndose a desaparecer, comenzaba a apagarse. Quiso acercarse para darle un último beso y al hacerlo, volvió a percibir aquel aroma más vivo que nunca. Su madre olería a flores y a vida dondequiera que estuviese a partir de ese momento. Aquel aroma, como si fuera el último regalo que su madre le hacía, quedó para siempre instalado en su memoria y a partir de ese momento, siempre que quería, cerraba los ojos y podía verla a partir de aquella fragancia natural que nunca la abandonó. Al mirarla por última vez, con su rostro encharcado en lágrimas, supo que había perdido la mejor parte de sí mismo, la única que le había hecho soñar y reír y disfrutar de la paz y serenidad que solo junto a ella podía sentir.
Tras la muerte de su madre, vinieron a la Gran Urbe para conseguir nuevos trabajos. Pero Valentín quería estudiar y lo hacía por su madre. Desde su llegada, unos años atrás, se había convertido en un estudiante de éxito, el mejor de su promoción y pronto cursaría estudios superiores.
Cuando entró a la floristería por primera vez, sintió como si por unos minutos, estuviera en su vieja casita y su madre canturreara una canción junto a sus flores. Tuvo la seguridad que la persona que hubiese creado aquel lugar sería como ella, profunda y transparente, como su madre. Y no le sorprendió que fuese aquella anciana adorable la dueña de aquel rincón del paraíso. Cuando pudo conocerla, reconoció que era tal y como había imaginado, una mujer sencilla cuya felicidad la guardaba el secreto de aquellos colores y la vida que daban los perfumes que desprendían sus flores. Su madre siempre fue tan delicada como cada una de aquellas florecillas que cuidaba con tanto cariño cada día. La presencia de una persona tan joven como Marikita, en principio le resultó curiosa, no era común que alguien de su edad se dedicara a ese tipo de empleos. Pero no pudo evitar admirarla por la labor que hacía y el modo en que valoraba la vida, aquella energía que le mostró en el parque, la intensidad con la que disfrutaba todo cuanto la rodeaba. Un valor que él nunca se había parado a apreciar. Después de la tarde que pasó con Flor y Marikita, por algunas noches su sueño fue sustituido por intensas reflexiones sobre el modo en que hasta ese momento había valorado aquella dedicación de su madre a las flores. Ahora que ella ya no estaba, podría alcanzar a comprenderla a través de sus dos nuevas amigas y realmente admiraba que lo hicieran del mismo que su madre lo había hecho toda su vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien el desarrollo. La inclusión de nuevos personajes da más peso al argumento.

Mención especial a la original descripción de la vida sin freno k llevamos muchos.

La historia va madurando poco a poco, sin prisa pero sin pausa. Es una auténtica gozada ver la vida a través de los inocentes ojos de Marikita Linda.
S.H