miércoles, 17 de septiembre de 2008

Un Alma Gemela

Llegó a la floristería con una gran sonrisa imborrable en la cara, sus ojos llenos de luz desbordaban de dicha. Flor casi se emociona al ver la nueva expresión de la joven. Era otra, estaba renovada, en sus ojos había un nuevo brillito de vida, de felicidad. Marikita le contó con lujo de detalles como había transcurrido su día libre y le habló de todos los regalos que se había hecho. Flor la escuchaba atentamente, con el interés de un niño curioso y no perdía detalle de todo lo que Marikita le contaba. Eran interrumpidas de vez en cuando por clientes, pero en cuanto se iban volvían a la carga. Y mientras, se lanzaban miradas traviesas sin que los clientes llegaran a darse cuenta.
Con el paso del tiempo Flor acabó contagiada del entusiasmo y la vitalidad de Marikita y cada día comentaban entre cuchicheos cuántas cosas bellas habían visto en la Gran Urbe; visto, oído, olido, sentido y todo cuanto pudiera percibir el cuerpo humano. No faltaron ni una sola noche a la cita con la luna, aunque a veces no llegaran a verla, mientras hablaban y hablaban durante horas.
La llegada de Marikita a la floristería fue muy sonada en la ciudad y pronto empezó a correr el rumor de una joven que hablaba de las flores como nadie había escuchado hacerlo, como si hablara de su propia familia. Y no tardó en aparecer nueva clientela que acababan comprando flores que prácticamente desconocían solo por complacer sus inconscientes deseos, pues una vez que Marikita empezaba a hablarles, entraban en una especie de éxtasis que aumentaba con la intensidad del discurso de la joven.
Un día en la floristería, mientras Flor andaba atareada haciendo ramos en la trastienda, entró un nuevo cliente. Marikita no lo había visto antes y pudo adivinar que preguntaría por ella, ya que últimamente era el motivo de la llegada de nuevos clientes. Un joven moreno, no demasiado alto y de un atractivo poco común, se acercó al mostrador.
- Disculpa, pasaba por aquí delante y he visto la tienda y me he quedado impresionado. Es la floristería más bonita que he visto nunca y sus olores pueden percibirse desde varias calles de distancia. ¿Eres la dueña?
- Oh no, yo solo soy una empleada – Marikita supo a que se refería y recordó el día que aquellos mismo olores fueron los que la llevaron hasta el Hogar de Flor por primera vez-. A mi también me pasó lo mismo, los aromas que desprende este lugar me trajeron hasta aquí casi sin darme cuenta; pero esta obra de arte – dijo abriendo sus brazos queriendo abarcar todo el local – pertenece a Flor, ella es quien ha creado este maravilloso lugar. ¿Quieres que la avise? Está aquí atrás, haciendo ramos.
- No quisiera molestar.
- No te preocupes, espera un momento. Si quieres puedes darte una vuelta por la tienda, Flor puede hacerte un precioso ramo con tus flores preferidas. Vuelvo enseguida.
Marikita se metió en la trastienda y el joven se paseó entre aquella vorágine de colores y olores, de sensaciones y emociones. Disfrutó a lo grande hasta que Flor y Marikita aparecieron a su espalda.
- Usted debe ser Flor. La felicitó, este lugar es hermoso.
- Muchas gracias joven. No es común que un muchacho como tú se interese por estas cosas – habló Flor sin borrar la sonrisa de sus labios, se sentía realmente halagada.
- Adoro las flores. Crecí en una casa enorme a las afueras y mi madre cuidaba de un maravilloso jardín que la rodeaba por completo… a la casa me refiero – rió avergonzado por la confusión -. Es que estoy realmente alucinado con este lugar, sus olores me recuerdan tanto a mi madre, a mi casa – un brillo de nostalgia asomó por sus ojos, que desvió rápidamente, temiendo que ellas lo advirtieran.
- Por amar tanto como yo a estas delicadas florecillas, voy a regalarte un ramo enorme y con las flores que tú mismo elijas; pero a cambio, debes volver por aquí a menudo. ¿Hay trato?
- ¡Hay trato! Me encantará pasar por aquí de vez en cuando. Muchísimas gracias.
Marikita no había abierto la boca en todo el rato y Flor sabía que lo más le gustaba era hablar de flores; le extrañó que no hubiese acabado inmersa en una profunda conversación sobre familias de flores con el chico. Pero Marikita había quedado completamente hipnotizada por las palabras de aquello chico, por su voz, el modo en que hablaba de las flores. ¡Era su alma gemela!
Cuando el chico salió por la puerta, Flor se acercó hasta donde estaba la niña para preguntarle qué le había pasado, y entonces vio sus ojos, vio aquella mirada y supo que tendrían un divertido problema. Marikita solía gastar ese tipo de bromas a Flor, que siempre se divertía con las ocurrencias de la niña.
- ¿Lo has visto Flor? Era guapísimo. Bueno, a lo mejor no era guapísimo, pero adora las flores y sabe muchísimo sobre ellas. Tú lo has escuchado ¿verdad? Le gusta este lugar, le gustan las flores… ¿no te parece que somos tal para cual? – Marikita daba vueltas con los ojos cerrados y las manos entrelazadas, fingiendo estar en las nubes.
- A ver, serénate y hablemos con calma – riendo, la llevó hasta la butaca y trató de hacerla volver al mundo real, pero la visita de aquel chico la tenía totalmente desorientada, con la mirada perdida, una sonrisa bobalicona imborrable y para darle más realismo a la escena se dejaba caer hacia los lados, mientras Flor trataba de sentarla desternillándose de la risa -. Marikita, a ti no te gusta ese joven de la manera que crees, simplemente te has identificado con él por su gusto y afición por las flores, ya que tú también lo tienes. Pero no debes confundirlo, ¿me estás escuchando?
- Sí te estoy escuchando, pero no es justo. El podría ser el chico con él que me casara y tú lo estás impidiendo – dijo apuntando con el dedo índice y entrecerrando los ojos, como si advirtiera de un terrible mal.
- Asumo los riesgos – Flor no paraba de reír; Marikita había abandonado la ensoñación y ahora se recreaba en lo que acababa de pasar, resignada.
Marikita realmente admiraba a aquel chico, pero no de un modo romántico. Era la primera vez que encontraba a alguien con el que se identificaba, de su edad, claro. Acababa de marcharse y ya estaba deseando que volviera a visitarlas, le hubiese encantado hablar más con él. Compartir sus ideas sobre, intercambiar opiniones y conocerlo más. Ni siquiera sabían su nombre.
Entonces se escuchó el tintineo de la puerta al abrirse, había llegado un nuevo cliente. Marikita se puso en pie para acercarse hasta la mujer que se paseaba por la tienda, Flor volvió a la trastienda con sus ramos pero antes de desparecer de la tienda se miraron y se guiñaron un ojo con la sonrisa en sus rostros. Flor adoraba aquellos ratitos con Marikita y sentía que merecía la pena haber esperado tanto tiempo que alguien como ella llegara a su vida. Era especialmente dulce y siempre conseguía hacerla reír como no lo hacía desde mucho tiempo atrás, mucho tiempo más de lo que le gustaba recordar.
Los domingos se mantuvo la costumbre, desde que Marikita compró el piso en el edificio antiguo, de comer juntas. Como Marikita ya se defendía en la cocina, alternaban los días y cada domingo cocinaba una. En uno de los que había cocinado Marikita el plato que hasta ahora le quedaba mejor, verduras hervidas con cebolla y salsa casera de tomate, mientras descansaban apoyadas en los ventanales observando el mundo tras ellos y comentando lo que veían, a Marikita se le antojó ir al parque a dibujar con las nubes tiradas en la hierba. A Flor le gustó la idea, pero se encontraba demasiado cansada para el paseo.
- Pero por favor, no dejes de ir por mí. Ya sabes que estoy vieja y estamos a domingo, mis piernas no resisten más. La floristería cada día da más trabajo y necesito estar descansada para aguantar la semana que se nos avecina.
Marikita pensó que le vendría bien un poco de soledad y aceptó. Acompañó a Flor hasta su casa. Marikita recorrió el resto del camino hasta el parque. Aún podría aprovechar un par de horas de sol.
Buscó un huequecito de hierba, pues como todos los domingos, el parque estaba lleno de familias. Encontró su espacio cerca del agua y se tendió sobre el césped en busca de nubes. Apenas pudo encontrar unas cinco en casi una hora, el día estaba prácticamente despejado y lo único que consiguió fueron unos cachetes más colorados de lo normal. Se levantó para mojarse la cara, que le ardía, en el pequeño lago artificial, que tenía a su lado. Como cuando era niña volvió a buscar su reflejo en el agua y sonrió al darse cuenta cuánto había cambiado desde que salió del Jardín-Hogar.
Mientras disfrutaba de la brisa que refrescaba sus mejillas, cerró los ojos y recordó al chico de las flores. Había algo en él que le había movido el alma y sus palabras volvían a resonar en su cabeza, haciendo que un escalofrío la sacudiera. Incluso su modo de mirar la tienda, la alegría que le vistió el rostro tras la invitación de Flor, su gesto de admiración, le resultaban tan familiares que no pudo evitar que una sonrisa se colgara de sus labios cada vez que pensaba en él. Días después, mientras trabajaba y atendía con total dedicación a cada uno de los clientes, dejaba escapar rápidas miradas a la puerta, esperando verlo aparecer en cualquier momento.
Casi dos semanas desde la primera visita del chico de las flores, cuando Marikita estaba cerrando la puerta de la tienda y colgando el cartel de cerrado, Flor la llamó desde la trastienda.
- Mira, ya he acabado el ramo para aquel chico. ¿Qué te parece? A ver si aparece pronto, en el congelador no aguantaran demasiado tiempo.
- ¿Es el ramo para el chico de las flores? ¿El de mi alma gemela?
Flor rió la ocurrencia de Marikita, ambas deseaban volver a verlo. Asintió con una sonrisa y le puso el enorme ramo en los brazos. Marikita lo cogió como si se tratara de un delicado recién nacido, con dulzura y tacto.
- Es precioso Flor, estoy segura que le encantará. Ojala venga pronto.
- Pues si, no quisiera que estuviera estropeado cuando lo venga a recoger.
Marikita acercó su cara a las flores, cerró los ojos y respiró aquellos aromas. Pudo percibir la sensación de estar en casa, a salvo, una sensación de seguridad que le costaba explicar. No pudo evitar imaginar la cara que pondría el chico de las flores cuando lo viera.
Durante su cita con la luna, pasaron las horas hablando de aquel chico, alma gemela de Marikita, un joven digno de respeto y admiración para Flor. Faltaban buenas palabras para describirlo aun sin saber nada de él; pero se habían creado un código entre las dos en que hablaban las flores en lugar de las personas. Las reacciones que provocaban ante las personas que visitaban la floristería, decían como eran, las describían. Y ellas habían aprendido a interpretar ese lenguaje secreto.
Amar las flores era un arte del que no todos disfrutaban.

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