miércoles, 17 de septiembre de 2008

El Nuevo Hogar

Con la ayuda de su amiga Flor, en algo más de una semana ya ocupaba su nueva casa. Entre las dos convirtieron lo que había sido una austera oficina de trabajo en un hogar acogedor y cómodo; durante dos días limpiaron a fondo el apartamento, con la música a todo volumen y riendo hasta por nada; pintaron las paredes con los colores más llamativos que pudieron encontrar en la tienda, pues Marikita quería que su casa fuera toda alegría, que la irradiara y la atrajera al mismo tiempo; juntas eligieron el poco mobiliario que necesitaría la casa, ya que querían reservar todo el espacio posible a las flores y al espacio para la libre expresión, como explicaba la niña ante la risas contenidas de la mujer; del Hogar de Flor escogieron las flores preferidas de Marikita, las que la tranquilizaban con su aroma, las que le llenaban el corazón de risa, las que tenían los colores más excitantes… La floristería quedó completamente asolada tras el paso enérgico y de una ilusión casi eléctrica de Marikita.
Celebraron la inauguración del piso con una cena especial, preparada durante todo el día por Flor. Era domingo y, sentadas sobre almohadones alrededor de una mesa baja que había justo en el centro del salón, ambas contemplaban extasiadas toda su obra. Miraran donde miraran veían vida, alegría, ilusiones, sueños, proyectos y esperanza. Los platos que había preparado Flor para Marikita eran los sabores más familiares que había degustado; con cada bocado volvía a revivir los maravillosos momentos de su infancia, con todos sus Amigos-Familia, jugando y riendo, aprendiendo y creciendo. Las cucharadas de aquella sopa de champiñones y la frescura en su boca de la ensalada de frutas hicieron que volviera a su corazón un viejo amigo, al que casi había olvidado. De nuevo sin darse cuenta, aquel agujero en su interior, la rasgadura de su cascarón, seguía allí. Echaba muchísimo de menos su hogar, sus amigos, los momentos que le regalaban los días. ¿Cómo había pasado aquello? ¿Cómo llegó hasta esta situación? De pronto la idea del piso, las flores, las vistas y el mejor trabajo del mundo no le parecían suficientes, de pronto aquel no era su lugar.
Flor, que la había estado observando en silencio mientras veía como su mirada se hallaba más allá de aquellas paredes, respetó su silencio y la dejó vagar por sus pensamientos. Reconocía aquella mirada perfectamente; hace muchos años la había visto por primera vez reflejada en el espejo. En unos días había llegado a querer a aquella niñita inocente y desprotegida como a una hija; la llegada de Marikita a su vida había sido recibida como esa brisita que se cuela por una puerta mal cerrada pero que se agradece profundamente; Marikita era en su vida como el agua que refrescaba hasta sus sentimientos más olvidados y enterrados por el dolor. La llegada de la niña, a pesar de haber abierto viejas heridas, había pasado por ellas suavemente, con apenas un roce, ayudándolas a cerrar. Por eso Flor la había aceptado y la había dejado instalarse en su tienda y en su corazón sin dudarlo; si bien era cierto que no sabía quién era realmente aquella muchacha ni de dónde había podido salir con aquellas ideas tan estrafalarias que anunciaba por bandera. Aunque lo quisiera, no habría podido dudar de la mirada de Marikita, de la transparencia y la sinceridad con que la miraban, de aquella manera tan dulce y familiar con que le hablaba, con una paciencia infinita, cuidando cada letra de cada palabra; Flor sabía que nunca descubriría el misterio que envolvía la vida de Marikita antes de llegar a la Gran Urbe, pero no le importaba, no podía ser tan malo cuando se había convertido en una joven tan llena de vida y amor.
Cuando Marikita acabó de comer todo cuanto había en la mesa, sus pensamientos se rompieron y una lágrima cayó por su mejilla rosada. Miró a Flor avergonzada, pues había olvidado completamente su presencia, ni siquiera recordaba qué se había estado celebrando. Su mente la ocupaban por completo todos los recuerdos que conservaba de su hogar, de su familia, de su pasado.
- No le des importancia, llora cuanto quieras. Yo estaré contigo – dijo suavemente Flor mientras se acercaba a ella y la rodeaba con sus experimentados brazos -, llora pequeña, llora cuanto quieras.
- Es que no quiero llorar, no sé… no sé por qué lo estoy haciendo – sollozó Marikita angustiada – no debería estar aquí, nunca debía haber dejado el Jardín, fue todo una pérdida de tiempo.
Flor, aunque confundida, no dejó de reconfortarla. Marikita había roto a llorar desconsolada y Flor la arrullaba como una asustada niña pequeña.
Al cabo de dos largas horas de lágrimas, Marikita levantó la cara hacia su amiga.
- He estado pensando Flor. Verás, antes de venir aquí yo estaba triste; tenía un agujerito en el corazón, ya sabes, como un cascarón roto, que me dolía y me angustiaba. Y mi familia me explicó que como humana debía venir hasta la Gran Urbe y descubrir mi lugar, mi función en la vida. Pues bien, he llegado hasta aquí. Con muchísimo dolor me he despedido para siempre de toda mi familia y amigos y de mi infancia y he andado un largo camino lleno de complicaciones y tropiezos y cuando ya estoy aquí y mi vida empieza a ser normal, siento que todo ha sido un gran error, el agujerito de mi corazón sigue abriéndose y me vuelve a doler por estar en este lugar.
Flor no salía de su asombro, no sabía como interpretar aquellas palabras, pero le bastó leer la angustia en los ojos de la niña, la aflicción en su rostro, la consternación de sus palabras y supo lo que tenía exactamente que decir, qué era lo que necesitaba aquella niña aterrada.
- Marikita, ese agujerito de tu corazón no son más que los sentimientos más bellos que puede poseer una persona. La primera vez que sentiste que esa herida surgía de la nada, probablemente hayas dado el primer paso hacia tu madurez, reconociendo que tu vida no estaba completa y que había un vacío que debías llenar, unas consecuencias con las que debiste cargar durante todo tu viaje hasta aquí.
Marikita permaneció durantes unos minutos pensando en lo que acababa de decirle Flor; tenían lógica aquellas palabras, pero ¿qué tenían de ciertas? Bien pensado era muy probable que todo aquello le hubiese pasado a ella tal y como lo describía la mujer. Pero entonces si había madurado y se había enfrentado a su condición humana hasta conseguir llevar una vida normal, ¿por qué había crecido aquella rasgadura de su corazón esta vez? Ahora que estaba empezando a ser feliz, ¿a qué debía enfrentarse esta vez?
- Puede que tengas razón, incluso es muy probable, pero hay algo que no logro entender aún. Entonces por qué de…
- Porque simplemente les echas de menos Marikita. Es así de simple, lo que sientes se llama nostalgia.
- ¿Nostalgia?
- Sí, es eso que sientes cuando echas en falta algo o alguien importante para ti. Es natural que sientas tanta tristeza por ellos, pero con el tiempo la añoranza dejará lugar a los más hermosos recuerdos y podrás pensar en ellos sin que la evocación te dañe, solo tienes que tener paciencia. De momento llora siempre que lo necesites, no tiene nada de malo.
Marikita se sintió profundamente aliviada al escuchar sus palabras e inmediatamente se hundió en el pecho de su mejor amiga. Ya no sentía ganas de lamentarse, estaba cansada y prefería guardarlos en el corazón con risas y juegos, no con lágrimas y tristeza como había hecho durante su viaje cuando no conseguía dejar de extrañarles. A partir de ahora, debía recordarles siempre así, sabía que volvería a verlos y ellos no querrían que continuase disgustada. Había vuelto a caer en el mismo error que la había hecho disgustarse tanto los primeros años de su viaje y ahora quería aprender de verdad la lección que la vida quería enseñarle.
Flor la dejó acostada en su cama de nubes, como la habían bautizado por la enorme colcha blanca que la vestía y que guardaba la forma de las nubes gracias a todo el relleno con que lo habían inundado entre las dos. El dormitorio principal, el de la cama de nubes, llevaba el merecido nombre de Cuartito del Cielo, ya que habían pintado las paredes del celeste más bello y le habían dibujados manchitas como imitación de nubes. En el centro, la coronaba una amplia cama japonesa que vestía aquel edredón celestial. En silencio recogió los restos de la cena y se lo llevó todo a casa. Le escribió una nota y se la dejó junto a la cama.
Al meterse entre las sábanas de su antigua y desvencijada cama, una tímida lágrima rodó por la vieja mejilla de la mujer.
La luz de un soleado y luminoso día le rayó la cara y la obligó a desperezarse con el sueño aún colgándose de ella. Se sentó en la cama e intentó rememorar el día anterior, la inauguración, la cena… sobresaltada recordó a Flor. Debía ir a trabajar, era lunes y se había quedado dormida. Buscó sus zapatillas de casa a tientas con la mano y de pronto ésta tocó un papel. Lo cogió y lo leyó a toda prisa. “Buenos días, dormilona. Hoy no te preocupes por la floristería, yo me hago cargo. Descansa y tómate el día libre. P.D.: Si se te ocurre aparecerte por la tienda, quedarás despedida inmediatamente. Un beso, Flor”. Marikita soltó una carcajada y volvió a dejarse caer sobre su cama realmente agotada. El trabajo y los pensamientos que fluctuaban constantemente por su cabeza, habían hecho que Marikita acumulara el sueño desde hacía ya varios días. Durmió unas tres horas más y casi a la hora de comer se levantó de la cama se regaló una reconfortante ducha. El cuarto de baño, también llamado, La Selva, convertía una simple ducha en un peligroso baño en medio de palmeras y animales salvajes; estaba pintado con motivos selváticos y Marikita también había dibujado con una precisión entrañable todos los animales exóticos y nuevos para ella que había conocido desde el día que salió del Jardín hasta llegar a la Gran Urbe. A cualquiera podría haberle impuesto, cuanto menos, respeto; pero la niña se sentía como pez en el agua y se conformaba con decir que todos los días podría darse un baño al aire libre.
Se vistió con la ropa más fresca y cómoda que encontró y decidió dar un paseo por el parque. Por el camino disfrutó de todo cuanto se encontraba a su paso; en aquel momento ya no le importaba que la gente se quejara o que estuviera siempre enfadada o preocupada. Lo que realmente le hacía feliz era darse cuenta que nunca había abandonado del todo su hogar, pues en aquel lugar también podía disfrutar de la presencia de plantas y animales. Sabía que en el parque podía sentirse como en casa y no tenía porque echar de menos tanto a su familia. En ese momento entendió que nada ocurría por casualidad y fue feliz.
Volvió a pasear por el parque como el primer día, admirando todo lo que veía y disfrutando de estar allí; le gustaba respirar los olores de las flores, sentir el aire fresco, escuchar las conversaciones de de los pajarillos; mirar a las personas que sacaban a sus perros a pasear, o los que salían a hacer ejercicio, o las madres que conversaban mientras sus hijos merendaban camino a casa después de salir de los edificios blancos.
Esa tarde era especialmente calurosa y Marikita decidió seguir disfrutando acompañada de un refresco. Atravesó el parque y salió por la otra puerta; se le había ocurrido comer algo en una terraza que había visto una vez mientras buscaba casa y a la que le tanto le hubiese gustado ir. Como le dijo Flor en la nota, se tomo el día libre en todos los sentidos y se concedió otro capricho ese día.
- ¿Va a comer? – un chico moreno con unos ojos increíblemente negros le preguntaban esperando para tomar nota. Marikita estaba tan maravillada mirando aquel lugar tan moderno, luminoso y con un ambiente tan agradable que apenas advirtió que el camarero se le había acercado.
- Pues… si, me gustaría comer algo ligero. Hace demasiado calor para llenar el estómago, ¿no crees?
- Tiene toda la razón. Se nota que se acerca el verano. ¿Le traigo la carta de ensaladas entonces?
- Si, sería perfecta una ensalada de frutas, ¿la preparan aquí?
- Aunque tengamos que ir hasta el centro de la tierra para conseguir la receta, en diez minutos tiene usted aquí su ensalada de frutas: fresca y ligera, por el calor – y rió divertido con un gesto que a Marikita le resultó especialmente encantador - ¿Y de beber? ¿Qué le apetece?
- Bueno, me gustaría mucho tomar algo frío. Llevo un par de horas paseando por el parque y estoy verdaderamente sedienta. ¿podrías traerme un zumo natural de frambuesas?
- Encantado señorita, ¿algo más?
- No, muchas gracias – Marikita sonrió agradable, había sido una conversación cargada de formalismos pero se habían dicho más con el cuerpo que con las palabras.
El camarero continuó con su trabajo y ejecutó el servicio perfectamente, atendió y sirvió correctamente a Marikita, realmente agradecido por el trato que ella le había dado. No se había limitado a soltar platos leídos en la carta, con educación pero sin una pizca de amabilidad y cordialidad; aquella singular chica, le había sonreído y había sido realmente encantadora con él, obviando que era un simple camarero y demostrándole un agradecimiento que jamás había visto en su trabajo. Su alegría y su sencillez le cautivaron y trató de corresponderle con rapidez y buen servicio. Cuando Marikita hubo acabado la invitó a volver pronto y la joven salió de allí con la alegría de un niño pequeño abriendo un regalo, dejando en el local un halo de energía y optimismo que se resistió a abandonar el lugar por varias semanas.
De camino a casa siguió saboreando todo lo que veía, lo que escuchaba, lo que respiraba, lo que sentía, alargando cuanto podía el trayecto. Sintió la tentación de hacerle una visita a Flor, aunque fuese a última hora para charlar como todas las noches, pero prefirió hacer caso de lo que le recomendó y desconectar de sus obligaciones y disfrutar su día libre. Cuando la noche empezaba a caer y no había manera de continuar estirando las calles, entró en el edificio antiguo. Sonrió al portero al entrar radiante de felicidad y subió las escaleras casi a brinquitos, mientras canturreaba una canción que solía cantar con los canarios las tardes de sol. Aún flotando se enfundó en su pijama y se sentó en los ventanales, mientras veía llegar la luna a reinar un cielo estrellado y empezó a revivir el día. Se sentía renovada, llena de vida; podía sentir de nuevo aquella agradable sensación con la que había alcanzado la colina en sus últimos días de viaje. Sentía que todo estaba en orden: había abandonado su vida en el Jardín-Hogar, no sin antes cargar su mochila de las más valiosas lecciones y su corazón de los más inolvidables recuerdos; había conectado con su verdadero lugar y con sus semejantes, alcanzaba a comprender la vida que llevaban sin juzgarla y se sentía capaz de convivir con ellos sin que sus valores y pilares fundamentales se vieran alterados o abordados por los ideales de la Gran Urbe; había aprendido a llevar una vida responsable adulta, como la del resto de sus semejantes sin que la rutina eclipsara la alegría de cada día. Había sido un día realmente inolvidable con sus largas horas de sueño, la nota de Flor por la mañana, el paseo por el parque, el delicioso zumo natural de frambuesas, aquel local tan agradable, el camarero… Era guapo, no cabía duda. Podía volver a ver claramente aquellos botones negros mirándola y su sonrisa hablándole tan amable. Sí, decididamente no olvidaría nunca aquel día.

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