miércoles, 29 de octubre de 2008

Cuando Los Sentimientos Duelen

Cuando Marikita y Flor conocieron la historia de Valentín quedaron impresionadas por la tristeza y la emoción con que él la había contado; Marikita podía sentir todo lo que describía Valentín como si lo hubiese vivido en primera persona, y en ese instante le empezó a querer con un cariño y transparencia que Valentín no había recibido antes. Flor, por su parte, no pudo evitar identificarse con aquel sufrimiento, con aquella terrible pérdida, y su entrega hacia el muchacho fue incondicional a partir de ese momento.
Con el paso de las semanas que siguieron a la cita del parque, la confianza entre Marikita y Valentín fue haciéndose cada vez más intensa. Para Marikita, su chico de las flores representaba todo cuanto había anhelado de su hogar; en cierto modo, él podía entenderla, pues ambos guardaban esos sentimientos de añoranza y nostalgia por un mundo que en la Gran Urbe había quedado relegado al plano de las compras y las ventas, donde ninguna de las transacciones que se realizaban en las floristerías, incluían el pago por la belleza, la sencillez, la dulzura y la vida que podían transmitir aquellas flores. La importancia que para ellos éstas poseían iba más allá de lo físico, alcanzando un plano superior; el de los sentimientos más profundos nacidos en el calor de un hogar y a partir del cariño, la ternura y la comprensión que era capaz de dar una familia; sentimientos que nacen apoyados en la sinceridad y confianza que siempre ofrecen los seres queridos y crecen con la fiel ayuda de las más valiosas lecciones de humanidad, respeto y honestidad hacia el mundo que nos rodea. Con estos valores atesorados en su corazón, Valentín y Marikita sabían que nunca estarían solos aunque les faltara esa familia que tanto les había dado y éstos, desde donde estuviesen se encargarían de mantenerles siempre fieles a sí mismos.
Marikita admiraba aquella fuerza que tenía Valentín, sus ganas por salir adelante y luchar por un sueño que había hecho suyo. Y él admiraba de Marikita sus ganas de vivir, su constancia, su afán de superación, la mirada con que veía el mundo; valoraba que Marikita era feliz con lo que tenía, aunque para ello hubiese perdido mucho más, pero siempre estaba agradecida y feliz, su sonrisa jamás desaparecía y dijera lo que dijese, aquella paz que transmitían sus palabras y hasta su tono de voz hacían ver que todo iría bien, que jamás pasaría nada malo. Y Valentín, que hasta el momento en que la conoció vivía únicamente por y para sus estudios, sin mirar a su alrededor y disfrutar de cuanto más podía enseñarle el mundo real que aquellos libros, conocer a Marikita fue como un jarro de agua helada que le caía por la espalda. Su vida y su modo de verla comenzaron a cambiar radicalmente; comenzó a pasar más tiempo con su padre y su hermano el lugar de estar siempre encerrado entre sus libros, se acercaba varios días a la semana a la floristería y compraba todo tipo de flores con las que llenaba su casa y alegraba sus días, empezó a mirar a su alrededor como nunca antes lo había hecho y de pronto el sol brilló con más intensidad cegando sus miedos y temores, la lluvia limpió y arrastró los errores y los fracasos y la luna iluminó sus noches de soledad y oscuridad.
Cada día que pasaba, Marikita se sentía más unida a él en todos los sentidos y Valentín dejaba aumentar su admiración por ella. Marikita dejó que aquella empatía que sentía con él creciera sin límites, pues lo que guardaba en el fondo de su corazón era el sentimiento más bello, puro y sincero que había sentido jamás. No esperaba que Valentín sintiera lo mismo por ella, porque el simple hecho de llevar consigo ese cariño y amor desde que abría los ojos en un nuevo día y que podía sentir incluso cuando dormía, la hacía inmensamente feliz y eso le bastaba.
Flor reconoció aquel brillo en la mirada de Marikita y se sintió orgullosa de ella. Pero por más que lo buscó en los ojos de Valentín nunca lo encontró. La angustia se le instaló en el corazón y lamentaba el sufrimiento que Marikita, su niña, podía llegar a sentir si llegaba a reconocer sus propios sentimientos. Cada mañana cuando la veía llegar a la floristería vistiendo su mejor sonrisa y con aquel brillo bailándole en sus grandes ojos grises, algo dentro de Flor se movía y la inquietaba profundamente.
Una mañana que Marikita salió a comprar algo para desayunar, llegó Valentín a la floristería.
- Valentín, creo que deberíamos hablar.
- Claro que sí, ¿pasa algo? ¿Estás bien? ¿Le pasa algo a Marikita?
- Todo está bien, no te preocupes. Es sobre ti y… Marikita.
Valentín, confuso, la miró extrañado pensando que quizás hubiese dicho o hecho algo que hubiese podido molestar a su amiga. Sin darle tiempo a preguntar, Flor siguió hablando.
- Sabes que quiero a Marikita como si fuera mi propia hija y por nada del mundo me gustaría que sufriera – Valentín asintió confirmando sus sospechas y Flor continuó -. Supongo que tú también has empezado a quererla, así que tengo que pedirte que seas completamente sincero conmigo.
- Por supuesto Flor, haría lo que fuese por que Marikita no sufriera y si ello está en mi mano cuenta conmigo, por favor. He hecho algo que le ha molestado, ¿verdad? Siempre me pasa igual, no me doy cuenta hasta que es tarde. Soy un inconsciente muchas veces. Lo siento.
- Necesito que me hables de ella.
La confusión aumentó en Valentín, que no llegó a entender lo que le pedía Flor. Aún así, lo hizo, pues confiaba totalmente en ella y realmente quería que Marikita no sufriera. Aunque no entendía en que podía ayudarla hablándole a Flor sobre ella, le contó cuanto la admiraba y la valoraba; le explicó que era sin duda el ser más humano que había conocido, que adoraba su forma de hablar y de hacerle sentir que todo estaba bien, ese modo en que siempre sonreía a pesar de todo, su transparencia y bondad, los valores que defendía y que la hacían única y especial. Finalmente le confesó que Marikita había marcado un antes y un después en su vida, que incluso había llegado a aceptar la muerte de su madre y había comprendido con su ayuda el modo en que siempre estaría con él, a través de sus flores, que su madre nunca le dejaría solo. Por último, le habló de su intención de contar siempre con ella y que no quería perder nunca aquella amistad que habían construido juntos.
A medida que Valentín hablaba, el corazón de Flor fue rompiéndose poco a poco, cayendo a pedacitos sobre el suelo. Sabía que no había nada más en los ojos de Valentín, pero al escucharlo, confirmó sus temores y quedó destrozada. Marikita iba a sufrir mucho y ella no sabía como iba a evitarlo.
El chico de las flores se despidió deseando poder haber ayudado a su amiga y salió de la tienda. Flor no sabía qué hacer ni qué pensar. ¿Se lo debía contar a Marikita? ¿O debería dejar que fuese ella la que lo averiguara? De todos modos, no dejaría de estar a su lado, apoyándola. Sus pensamientos quedaron interrumpidos, pues la niña llegaba con una bandeja de bollos y magdalenas. Con su alegría particular comenzó a hablar sin parar mientras Flor la observaba con lástima y sumamente triste. No podía contarle nada, dejaría las cosas fluir, no quería interponerse en los hechos.


Una semana más tarde, Valentín visitó a Marikita en su piso. Tenía que contarle algo muy importante. Ella se emocionó y llenó su corazón de alegría y risas. Sentados en los almohadones, Valentín tomó las manos de Marikita entre las suyas, la miró fijamente a los ojos y respiró hondo.
- Me han concedido la matrícula de honor, Marikita. Podré cursar estudios superiores fuera de la Gran Urbe. Y todo gracias a ti, muchísimas gracias.
La miró con una gran sonrisa y la expectación en su rostro, esperando la respuesta de su amiga y poder compartir juntos la mejor noticia que podía recibir. Marikita quedó petrificada. Había conseguido su matrícula, era lo que más deseaba que le ocurriera, pero ¿fuera de la Gran Urbe? ¿Significaba eso que se iría? Tuvo que recuperar el aliento y forzarse a mostrar una amplia sonrisa, mientras intentaba ocultar la decepción y la tristeza.
- Vaya, me alegro mucho por ti, de veras. Te lo mereces, has trabajado mucho para conseguirlo. El mérito es tuyo, yo no te he conseguido esa matrícula.
Se sonrieron y Valentín la abrazó con fuerza. Estaba realmente contento y Marikita era la primera persona a la que daba la noticia. La buena noticia le tenía tan fuera de sí que no advirtió la decepción y la confusión que había en el tono de voz de Marikita.
- Ahora tengo que darles la noticia a mi padre y a mi hermano. No te imaginas cuánto se alegraran. A partir de ahora tengo muchas cosas que hacer. Me voy a vivir fuera, pero tendrás que visitarme a menudo. Y Flor, claro. Verás cuando se entere, se pondrá muy contenta también, ella sabía lo importante que era para mí.
Marikita asentía, con la sonrisa adornándole sin sentimiento alguno el rostro. Valentín no paraba de hablar y de sonreír. Se iría de la Gran Urbe y aún no sabía cuando volvería. Aquella noticia estaba destrozando a Marikita. Ahora se daba cuenta de lo que realmente sentía por él; le quería tanto que no podría pasar tanto tiempo lejos de él. Valentín debía saber que le quería, que sentía un amor tan fuerte que ni la distancia podría romper jamás. Quería gritarle que no se fuera, que no lo soportaría y que le amaba con todas sus fuerzas; pero sus labios no se movieron más que para agrandar su sonrisa y las palabras quedaron ahogadas dentro de ella sin poder remediarlo.
- Estudiaré botánica. Era la única ilusión de mi madre, ella se sentirá orgullosa. Sabe que lo hago por ella y por cumplir un sueño que la enfermedad no le permitió alcanzar. Aprenderé todo lo que ella no pudo enseñarme e incluso aprenderé todo lo que ella no llegó a conocer. Estudiaré y aprenderé por los dos y dedicaré mi vida a las flores, como ella hizo siempre.
- Me alegro mucho por ti Valentín. Eso que estás haciendo es muy bonito. Estoy segura que desde donde está tu madre, ahora mismo está sonriendo. Realmente te admiro.
- Te admiro yo a ti, Marikita. Porque tú has hecho que esto sea posible. Si nunca te hubiese conocido, no habría podido lograrlo. Tú siempre has estado a mi lado, apoyándome y animándome. Me has enseñado a luchar sin dejar que los tropiezos me frenen en mis propósitos. Sin ti, hace mucho tiempo que habría abandonado. ¡He aprendido tanto de ti!
La angustia de Marikita crecía en su interior, con cada palabra de Valentín. Sinceramente se alegraba mucho por él, sabía cuanto significaba aquello. Pero no quería perderle, no quería que se fuera de la Gran Urbe y que dejara de visitarla en la floristería ni de pasear juntos por el parque los sábados por la tarde. No quería perderle a él también.
Como era de esperar, Flor se alegró por Valentín y se le ocurrió la idea de salir a cenar antes de que se marchase, para despedirle. Solo con ver la cara de Marikita cuando llegó a la floristería después de recibir la noticia la noche anterior, supo que algo había ocurrido. Pero no pudo predecir que se trataba de una noticia tan importante. La mujer se alegraba profundamente por Valentín, merecía ser feliz y conseguir aquello que se proponía; pero Marikita, su niña-flor, estaba sufriendo mucho y no lo merecía. Era una situación demasiado delicada, su posición era complicada. Les quería como a sus propios hijos, pero ¿qué debía hacer una madre cuando la felicidad de unos de sus hijos suponía desdicha y el dolor de otro de ellos? Realmente estaba dispuesta hacer lo que fuese por que Marikita no sufriera, para que pudiese superar cuanto antes aquella situación. Pero no podía evitar sentirse orgullosa por Valentín, pues había logrado algo único y exclusivo; una oportunidad que no todos en la Gran Urbe tenían. Cumpliría su sueño y el de su madre; merecía aquello sin lugar a dudas.

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