sábado, 12 de abril de 2008

La Gran Urbe

Se sintió profundamente decepcionada, se resistía a creerlo de ninguna de las maneras. Así que "aquello" era la Gran Urbe. Miles de pensamientos cruzaron rápidamente por su cabeza, se llenó en un segundo de miedo, rabia, frustración, impotencia y finalmente, nostalgia. Lo había dejado todo, su familia, su hogar, las tardes adivinando historias en las nubes, escuchando las canciones que entonaba el viento, haciendo cosquillas a la hierba, reflejándose en las gotitas de rocío de las mañanas; jugando a las carreras con los conejos, creando las mejores melodías con los pajaritos, imaginando ser todos los tipos de flores conocidas... Y ahora estaba allí, donde desde su posición ni siquiera veía un solo árbol, ni una paloma volar. Aquello no podía estar pasándole a ella. En aquel lugar solo se veían masas de cemento y motores impregnando de muerte el ambiente. ¿Dónde estaban los animales, las charcas, la hierba? No debió salir nunca de su hogar, allí era feliz y podía encontrar su tarea en el Jardín. ¿Qué haría? ¿A dónde iría? Todo el mundo andaba deprisa, como si el piso fuera derritiéndose tras sus pasos, como si el lugar al que se dirigían estuviese a punto de evaporarse. No creía que nadie pudiera ayudarla a encontrar su función en la vida, la Urbe no tenía aspecto de esconder una tarea para cada ser que la habitaba, como le había explicado su familia. Empezó a arrepentirse cada vez más fervientemente de haber emprendido aquel viaje, se dio cuenta que no quería estar allí y sintió ganas de llorar. Una lágrima se derramaba por sus mejillas rosadas cuando alguien le habló. "No llores ahora que llevas tanto tiempo sin hacerlo, sé fuerte, aguanta un poco más". Se giró y vio a la golondrina mirándola con un gesto maternal y protector. Marikita ni siquiera tuvo fuerzas para alegrarse de ver a alguien familiar, estaba demasiado triste. "Esto no se parece en nada a lo que debía ser, de esto nadie me habló; no quiero entrar ahí, ese no es mi lugar ni mi hogar, esas gentes no pueden ser mis semejantes y vivir sin plantas, sin aire puro, sin charcas, sin mirar hacia el cielo... He caminado durante años con la ilusión batiendo en el corazón de llegar a este lugar, he llorado y he tropezado una y mil veces en esta montaña para acabar en este inhóspito y deshumanizado mundo. ¡Quiero volver a casa!". Soltó un grito ahogado y amargo y rompió a llorar como nunca antes lo había hecho. La golondrina, enternecida, se posó sobre sus pies y le habló dulcemente: "Pequeña, ¿acaso no has aprendido nada?" Marikita levantó la cabeza, y con los ojos empapados la miró con cierto aire de indignación. ¿Es que encima debía aprender algo? La golondrina, comprensiva, leyó sus pensamientos. "Marikita, el camino hasta aquí era corto y sencillo, la colina apenas un peñón y esta ciudad un autentico paraíso; pero tus lágrimas convirtieron tu viaje en un recorrido largo y pesado, tu egoísmo y ansias de llegar transformaron esta montaña en una pendiente interminable y peligrosa y por último, tu falta de amor y aprecio hacia las cosas distintas te ha hecho odiar tu nuevo hogar. Nada de esto estaba aquí antes de que tu salieras del jardín, has sido tú misma la que ha transformado todo". La niña quedó largo rato dejando caer sus lágrimas, sin sentimiento alguno, sobre su cara, su ropa, sus pies. Pensaba en aquellas palabras, pero no podía creerlas. Recordó todos y cada uno de los pasos que había dado desde su partida, los lugares, las compañías. Era cierto, solo cuando fue capaz de parar de llorar y llenó su corazón de amor, pudo divisar la colina que le separaba de la Gran Urbe; cuando rendida al final del tramo de la colina dejó que las cosas pasaran como debían, encontró una cascada que nunca antes había visto ni desde abajo ni desde ningún punto de la montaña y que, sin embargo, no le había sorprendido encontrar; pero lo que aún no lograba entender era lo de la ciudad, no comprendía que debía entonces pensar sobre aquel lugar, le había decepcionado y eso no era culpa suya. "Golondrina, ¿qué debo hacer si realmente este lugar y sus gentes no encajan conmigo? Simplemente no me gusta, no es lo que esperaba". La Golondrina sonrió: "Tú lo has dicho pequeña. Siempre supiste como era la Gran Urbe, tu familia nunca te mintió al respecto, pero en tu corazón siempre albergaste la esperanza de que todo fuera como el jardín; te has enfadado sólo porque no ves la hierba, ni sonrisas en los rostros, ni aves en el cielo. Déjame decirte, Marikita, que desde tu posición, la de la negación y la añoranza, no puedes verlo; pero si empiezas a aceptar este lugar por lo que es y no por lo que representa, empezarás a verlos". Marikita tuvo que reconocer aquella verdad, muy en el fondo de su corazón esperaba encontrar un jardín, como el de su hogar, ni siquiera esperaba encontrarse con sus semejantes. Pensó que quizá sí debería empezar a aceptar la Gran Urbe como su hogar, no su nuevo hogar, simplemente su verdadero lugar. Le sobresaltó un aleteo bajo sus pies, la paloma más bella que había visto jamás encabezaba una preciosa y enorme bandada, que recortando la montaña, volvía hasta la ciudad y se posaba sobre las copas de los árboles más grandes y frondosos que había conocido. Éstos coronaban un precioso lago, brillante remanso de paz. Observó el conjunto y pudo admirar, justo en el centro de la ciudad aquel inmenso espacio, donde las personas reían, jugaban y se tendían sobre la hierba a observar un precioso cielo azul, gobernado por el más brillante sol, donde pudo reconocer a Despertón, Calorcito y hasta a Perezoso, el pequeño rayo que nunca se atrevía a salir hasta la última hora de la tarde. Sonrío para sus adentros. "Gracias". La Golondrina remontó el vuelo y cuando estaba frente a ella se despidió: "Hasta siempre, Marikita, mucha suerte y sé feliz", dio media vuelta y desapareció entre los árboles. La niña se puso en pie, reconfortada y llena de alegría y desandó la montaña a paso firme, segura de lo que hacía y preparada para su nueva vida.Nada más llegar quiso adentrarse en el pequeño bosque y mirarse en sus aguas transparentes, quería saber qué le contaba aquel nuevo reflejo. Acarició los troncos de los árboles, cada pétalo de cada rosa, sintió la hierba en sus pies y saludó a todos los animales que encontró. La gente apenas se percató de su presencia, nadie la observaba maravillado; por primera vez era igual a todos los que le rodeaban. Se sintió aún más feliz si cabía y se dirigió con la sonrisa en el rostro hasta el lago, se sentó en el borde y hundió su mano en el agua. Estaba fresca y aquello le llenó de vida, se refrescó y se inclinó para mirarse.
Si no hubiese sido por las pecas que le bailaban en los cachetes, Marikita jamás podría haberse reconocido en el reflejo que le devolvía el agua. Los rizos que antes de su partida apenas le rozaban los hombros, le caían pesadamente hasta casi la mitad de su espalda; el rostro le había cambiado, sus rasgos estaban más marcados. Se miró las manos y se dio cuenta que habían crecido y que el vestido en el que se había enfundado antes de salir, apenas le servía; sus piernas habían dado un estirón y pudo apreciar que se encontraba más lejos del suelo. ¿Cuándo había ocurrido aquello? Hacía un momento, desde lo alto de la colina no había advertido esos cambios, ¿qué estaba sucediendo? Se sentó junto al agua y estiró sus piernas mientras con los brazos apoyados en la hierba observaba los dedos de sus pies. Intentó recapitular, deshacer todos los pasos que había dado hasta ese descubrimiento. Entonces lo recordó. Aquello era la realidad y solo ésta te mostrará tal y como eres, te guste o no. Rió al darse cuenta que la margarita tenía razón cuando le hablaron de esa palabra que ella no entendió y ésta le aconsejó que no debía preocuparse, pues lo entendería en el mismo momento que la conociera. No le desagradó el cambio y pensó que la realidad no era tan terrible al fin y al cabo. Seguramente su nuevo tamaño, incluso le sería favorecedor.
Echó una rápida ojeada alrededor y observó a las familias que se divertían juntos, a las parejas que paseaban cogidos de la mano, a los niños que jugaban divertidos en un laberinto de columpios; y Marikita sonrío complacida de lo que veía.
Empezaba a oscurecer, pronto todos empezaron a irse y antes de que pudiera darse cuenta se había quedado casi sola en aquel lugar, con apenas luz y el frío cayéndole sobre los hombros.
¿Y ahora qué? Se preguntó mientras la angustia poco a poco le llenaba el corazón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ole, ole y oleee!esto es una escritora y lo demas son boberias!me gusta mucho como está este capítulo. Muestra el encuentro de Marikita con "el mundo real" y la no aceptación del ser humano a lo que es diferente, la falta de paciencia y comprensión a lo que no es como nosotros consideramos normal. Me parece un buen reflejo de "nuestra realidad, nuestra Urbe"
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