lunes, 7 de abril de 2008

El Génesis de Marikita Linda

Vino al mundo una agradable tarde de mayo. El mes de las flores le adornó una graciosa cuna de amapolas y tulipanes. La primera vez que abrió los ojos al mundo una sonrisa se dibujó en su cara; le gustó mirar el cielo limpio y azul, sentir en su espalda el tacto de la hierba fresca, oler el aroma de todas aquellas flores que le rodeaban. Aunque solo era un bebé, supo en ese mismo instante que sería algo en la vida, como una preciosa perla que aún en desde su concha-cuna sabe que algún día hará feliz a alguien. Se desperezó y dejó pasar los años, lentamente, al paso de las horas con sus minutos y sus segundos; miró el paseo de las nubes y los dibujos que hacían para ella sobre el techo de su casa, rió con cada flor que se abría y daba vida a una nueva compañía y lloró con cada marchitar de sus amigos. Marikita hablaba sin parar, nunca supo como aprendió, pero le gustaba conversar con todos los seres que le rodeaban y aprender de ellos las más valiosas lecciones que le habrían de guiar en el largo camino de su vida. Les hablaba de las cosas que aprendería, las personas que conocería y los momentos en que sería feliz; les hablaba de los libros que leería y del placer que sentiría cuando pudiera reír a carcajadas o sentir el agua del mar refrescándola las calurosas tardes de agosto. Porque sin saber como, había descubierto que fuera del hogar, el rocío de las mañanas no mantenía fresca la hierba durante el día, porque fuera, ni siquiera había hierba. La pequeña Marikita siempre supo que era distinta, que ella nada tenía que ver con el resto de sus Amigos-Familia. Ella no se marchitaba, ni abría sus pétalos, ni giraba en dirección al sol y ni siquiera tenía hojas; tampoco contaba con las pequeñas alitas de los insectos, ni aquellas antenas con las que se guiaban. Marikita andaba sobre sus dos piernas y con los dedos de sus manos podía hacer cualquier tipo de virguería; crecía al paso de los días y su aspecto cambiaba por años, su castaña melena crecía rápidamente y su delicada piel no le cubría del frío al caer la noche. Pero nunca ninguno de ellos hizo alarde de aquellas diferencias y la trataron como una más, advirtieron sus necesidades y trataron de cubrirlas en la medida de sus posibilidades: si Marikita tenía frío, las golondrinas y las ardillas se encargaban de recoger y tejer prenditas de algodón; si tenía hambre, los conejos y las abejas iban en busca de su rica miel y de sabrosos frutos, almendras, nueces y todo tipo de alimentos que podían encontrarse en el Jardín-Hogar. Nunca le faltó de nada y la pequeña Marikita nunca echó en falta una familia de verdad ni una cena caliente ni una cama cómoda y confortable... quizá fuese porque ella nunca conoció ninguno de esos placeres comunes. Una de esas tardes en las que el sol parecía no querer irse, la pequeña preguntó porque todos la llamaban Marikita, porque había escuchado hablar de aquellos animalitos pero nunca había podido conocerlos. La bella violeta, a la que la niña llamaba Maestra, por los grandes conocimientos que le infundaba, le contó que el día anterior a su llegada al jardín-hogar, en el mismo lugar en el que ella apareció, repentinamente se asentaron miles de millones de mariquitas y permanecieron allí durante todo un día, revoloteando en el mismo lugar y jugando unas con otras. La misma mañana de la llegada de la niña, levantaron el vuelo y desaparecieron para siempre del lugar; cuando los animales se acercaron al espacio que habían ocupado preguntándose que podía haber pasado para que se diera aquel extraño fenómeno, asombrados contemplaron por largo rato lo que la huella de sus cuerpecitos había dibujado sobre la hierba. Curiosa, preguntó insistente qué era lo que habían encontrado los animales. "Habían acomodado una confortable cuna", le contó con una media sonrisa la Maestra Violeta. “Sobre la hierba fresca, sus cuerpos habían creado una diminuta camita, en medio de las flores más bellas y coloridas de la primavera.” El resto de la mañana, todos en el jardín andaron revueltos comentando lo sucedido y buscando explicación a aquella cuna en el jardín. Al volver por la tarde de nuevo, encontraron a Marikita, dulcemente adormecida, con la luz de la vida irradiando a su alrededor.
Marikita sonrió al conocer la historia de su nombre y pensó que no por casualidad había encontrado aquellas pecas debajo de sus ojos el día que jugaba con los colibríes a las carreras de sapos sobre nenúfares y se vio reflejada en el agua.
Vivió y creció feliz en el jardín. Su infancia estuvo colmada de amor, ternura, cuidados y atenciones; llena de juegos, diversión, risas y buenos momentos. Cada día que pasaba, su mundo crecía ante sus ojos. Nuevos colores, nuevos aromas, nuevos amigos. Aprendió a amar todo cuanto le rodeaba, a entender la singularidad de cada ser con el que convivía, a aceptar las diferencias que la hacían única. Se dejó enseñar y cultivó el respeto y la tolerancia, la bondad y la honestidad; se esforzó por ayudar siempre que su condición lo exigía y aportó todo cuanto poseía innatamente. Regaló sonrisas y dicha en cada uno de sus días y se llenó generosamente de cada chispa de vida que se le ofrecía. Todo el vocabulario que conocía se apoyaba en el color de las melodías que cantaban los pajarillos o en el sonido que producían las texturas de los pétalos y todo lo que crecía en el Jardín. Del mundo tan sólo le bastaba conocer el efecto de las fases de la luna sobre el mar, la llegada de cada momento del día según el movimiento de los girasoles o qué estación anunciaban las distintas formas de lluvia, el color de las hojas de los árboles, el nacimiento de determinadas florecillas o las tristes despedidas de grandes familias de aves.
Pero Marikita sentía un vacío muy dentro de ella, allá donde nunca había asomado su curiosidad. Comenzó por ser un diminuto agujerito que surgió en su interior como una rasgadura en el cascarón de un pollito que rompe para salir a la vida. Algo se movió en ella en el momento menos pensado y le sacudió el alma. El huequecito se había abierto paso en silencio, lentamente; pero la incertidumbre le había inundado el corazón de repente. Al no verlo llegar, dejó que se instalara a sus anchas y pronto empezó a perder el sueño y la alegría en los mejores momentos de sus días, casi inexplicablemente. El agujero empezó a romper más profundamente y ya casi tenía el tamaño de su mano abierta. Comenzó a dolerle aquel vacío y el daño que le producía le resultaba incómodo e inquietante. Marikita, en silencio, temía perder su sonrisa para siempre. Una de esas tardes que presagiaba la llegada de las “hojas al viento”, como Marikita llamaba a la estación de la vejez, se había refugiado tras un arbusto mientras todos jugaban, despidiendo las calurosas tardes que se apresuraban en extinguirse. La niña lloraba evitando ser descubierta; lamentaba el sentimiento que la abordaba día y noche, la tristeza que la embargaba y la angustia que la desolaba continuamente. ¿Qué podía ser aquello que faltaba en su interior? Estaba convencida que era feliz, que poseía todo cuanto podría desear. Sigilosamente, fue acercándose una tímida abeja, presumiendo que su zumbido la delataría. Marikita se sobresaltó y trató de secar sus lágrimas apresuradamente; quizá no la hubiese visto llorar. “¿Sucede algo, Marikita?”, preguntó tierna, su amiga bicolor. “Claro que no, es solo que me ha saltado polen a los ojos y esperaba a que la brisa me calmara el picor”. La abeja Virginia, entendió la incomodidad de la niña y prefirió no presionarla. “Es cierto, el polen a veces provoca mucho dolor. Tanto, que es preciso soltar algunas lágrimas para que salga del todo y deje de hacernos daño”. Marikita la observó confusa; ¿qué había querido decir con eso de las lágrimas? ¿Acaso había llegado a verla llorar? Leyendo su expresión, Virginia continuó.
“Es solo polen, Marikita. Un polvito que debemos expulsar cuanto antes para que no nos haga heridas mayores. ¿Quieres contarme como te entró a ti ese polen en los ojos?”. Marikita comprendió de inmediato y le habló angustiada de su agujero, del daño que le estaba provocando a medida que crecía en su interior y que aún le hería más no poder saber de dónde venía. La abeja, experimentada en sufrimientos, la miró a los ojos con severidad, quizá buscando las palabras con las que dirigirse a la niña con la mayor dulzura y tacto posibles. “Verás, pequeña, después de todo el tiempo que llevas con nosotros has llegado a conocernos a todos y cada uno de los seres que habitamos aquí desde hace años y años. Ya sabes que la hierba espera paciente la llegada del rocío para empaparse y crecer fuerte y sana, para poder acoger amablemente a cada insecto que desee hacer en ella su hogar; incluso se encarga de crecer suave para que te haga cosquillas en los pies al andar sobre ella. Conoces de sobra como las flores producen el polen y están provistas de sus bellos colores y sabrosos aromas para atraernos a nosotras, las abejas, para recogerlo y tener nuestro alimento. Has descubierto como hasta los divertidos peces con los que juegas en la charca han servido de alimento para animales mayores y que éstos a su vez ayudan a los más pequeños a alcanzar los frutos de las partes más altas de los árboles. Esto de lo que te hablo, es la vida Marikita. Y creo que ha llegado la hora de que conozcas cual es tu lugar, cual es la función que tú debes desempeñar en el Gran Universo”. Marikita la observaba llena de confusión; se había absorto tanto en las palabras de su amiga que no advirtió como poco a poco fueron acercándose todos los animales hasta el arbusto. “¿Mi función? ¿Mi lugar? No entiendo qué me quieres decir”. La abeja intentó hacerle comprender, lo más dulcemente que precisaba la tarea de hacerle entender, quizá la lección más importante de su vida. “Verás Marikita, nosotros somos animales y plantas, por eso vivimos y crecemos de forma natural en el medio ambiente, en el mundo de la flora y la fauna, nuestro hábitat; tu eres humana y como tal, perteneces a otro mundo, el de tus semejantes, un lugar donde tus necesidades y exigencias son cubiertas de manera natural. Este lugar es llamado Gran Urbe y allá podrás conocer y convivir con otras personas y solo en ese lugar podrás conocer cual es tu función en la vida”. Marikita empezaba a vislumbrar la intención de aquellas palabras y se batía entre la negación y el miedo. “¿Pero cual es esa función? ¿Qué tarea puede ser?”. No podía comprender hasta donde quería llegar el animalillo. “Nosotros no lo podemos saber y hasta que llegues allí tu tampoco la podrás descubrir, pero no olvides que hagas lo que hagas en la Gran Urbe, siempre debe hacerte feliz”. Marikita comprendió y bajó la mirada con la tristeza dibujada en su rostro. “¿Ya no debo estar más aquí, con ustedes? ¿Quieren que me marche a otro lugar?”, casi gimió la niña a punto de llorar.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

alaa marikita linda era toda una valiente

Anónimo dijo...

Tienes una manera especial de escribir y de describir las situaciones. Cuando vas leyendo te puedes imaginar perfectamente lo que describes pero tenemos que seguir leyendo mas para tener una idea clara de lo que nos quieres transmitir. Te animamos a que sigas escribiendo para nosotras poder disfrutar con la lectura y a la vez comprender lo que tu quieres expresar a traves de la histora de Marikita.
Un beso guapetona.
Laura y Saro.

Byte dijo...

Cómo se nota que te encanta leer!yo creo que ya tienes ese arte o quizás naciste con él y nunca antes lo habías expresado. Me encantó!con un par de páginas más tienes en el bote a cualquier peque antes de dormir...piénsatelo escritora de cuentos!Un besito marikita enana!

Anónimo dijo...

Me ha gustado la historia que has contado de Mariquita,llena de burbujas de amor,ilusión,esperanzas,enseñanzas...como la vida misma.
Demuestras a través de tus palabras que estás llena de emociones deseosas por salir.
Sabes transmitir,tienes talento de escritora.
Me siento orgullosa de tí.
¡Ánimo y sigue escribiendo! Es un placer para quienes nos gusta leer contar con tu historias.Besos

Tata

Anónimo dijo...

weno weno weno kien eres tu Gloria Fuertes? q facilidad para describir toy flipando contigo primi sacale el maximo jugo a esta habilidad q tienes muxos besos de tu primo el mayor

Anónimo dijo...

describes muy bien las situaciones eres muy buena escritora, haces vivir a la gente lo que redactas y eso es muy bonito ! sigue asi que cualidades no te faltan 'un beso linda

Anónimo dijo...

Una bonita historia que desborda amor, inocencia y fantasía. Es evidente que tienes aptitudes, potencialas para seguir mejorando. Y no dejes de escribir esta historia porque estoy seguro que puede ayudar a mucha gente. Enhorabuena.

S.H